De izq. a der.: Primera Fila, sentados: general Toribio M. (padre de Ana Isabel) y un amigo del general. Segunda Fila: Toribio M. hijo (padre de los M. G.) y Eugenio M. (murió joven).
“Recuerda Pedrito H.A. que cuando contaba con unos siete años de edad (1924), conoció en Guasipati a dos o tres señoras centenarias, familiares de la “tía Petra”, esposa del general Toribio M. Una de ellas tenía entonces 113 años de edad, y se decía que había bailado en Upata con Simón Bolívar cuando era apenas una niña. Pedrito agrega que la “tía Petra” murió de 106 años, y que su nieto Federico M. G. cuidó de ella hasta el fin de sus días” (Hernández, 2008, s.n/p)
Familia M.G.: De izq. a derecha. 3ra. Fila, de pie: Eugenio M. G., Margot G. de M., Toribio M. hijo y Margot M. G. 2da. Fila, sentados: Petra, Petrica (hija de Federico M. G., el único de la familia que no aparece en la foto), Toribio M.G. 1ra. fila, sentadas: María Teresa M.G. y Luisa Helena M.G.
¿La fotografía como soporte de la historia que se relata, o la historia como complemento de la fotografía que se muestra? Este dilema se presentará a todo aquél que asuma la empresa de construir el árbol de la familia a la cual pertenece, y más aún si quien lo construye sucumbe a la tentación de caracterizar y contar la vida de los personajes, ya distantes en el tiempo, de cuya unión fueron surgiendo otros y otros y otros, cada vez más cercanos y conocidos.
En el inicio de esta aventura, ¿qué ha sido primero?, ¿el álbum familiar que hemos contemplado desde niños, o las historias y anécdotas que desde siempre hemos oído de nuestros mayores? Es cierto que este tema de la primicia alimenta diversidad de análisis especializados, de gran interés para comprender la dinámica de la creación del conocimiento. Pero también es importante no desestimar el hecho de que las fuentes orales y visuales contenidas en la memoria de los miembros de la familia y en el conjunto no siempre organizado de fotos que guarda la abuela, constituyen documentos únicos e insustituibles para sentar las bases de nuestra identidad como integrantes de un colectivo específico y reducido, identificado por lo general con un par de apellidos.
Sucede sin embargo que dicho colectivo forma parte e interactúa en una sociedad determinada, gracias a lo cual su propia historia se enriquece y enriquece la de otros. Sus fuentes informativas –relatos y fotografías familiares- trascienden entonces su entorno íntimo para contribuir en los fundamentos de la identidad de un colectivo más extenso y más abierto: el de la ciudad -y hasta el del país- donde la familia se asienta y se desarrolla. He allí la necesidad perentoria de recuperar los recuerdos atesorados por nuestros ancianos en su memoria y sus imágenes fotográficas, antes de que se pierdan para siempre con su ausencia física.
“Hacia 1946 -cree recordar Francisco H.- llegaron a la calle Ricaurte de Maracay Ana Isabel A. y su esposo Pedro H.L., a una casita cercana al ya desaparecido sector obrero del barrio Catalán, y que probablemente subsiste. En ese año también vivieron en la calle Ricaurte, muy cerca del cementerio viejo (desmantelado en 1950), Emigdio y Nimia, en una casita de dos pisos que aún está en pie, y donde habría nacido, según Francisco, uno de los hijos de ese matrimonio, probablemente Olivia H.S. [En efecto, tras la consulta al respecto a Olivia, ella informó que su partida de nacimiento ubica el lugar de la casa donde nació, el 08 de febrero de 1946, en la “Avenida” Ricaurte N° 8, Municipio Páez, Distrito Girardot] (op. cit., s.n/p)
Mirado de este modo, el tema de la primacía se hace entonces menos significativo: apenas importa partir de la fotografía para abordar luego la historia o viceversa. La decisión sobre el orden de inicio reside más bien en la inminencia del riesgo de pérdida de alguna de estas fuentes.
“De los tiempos de la familia H. A. en Guasipati hay otra anécdota de Isabelita relacionada con los animales familiares: Juan Bautista L., pretendiente suyo, le regaló un pollito al que llamaron “Farolito” en alusión a la célebre canción de Carlos Gardel. Isabelita crió a “Farolito” con cariño y esmero hasta el punto de que, a su llamado, el ave -ya adulta- acudía presurosa y le hacía compañía mientras leía, estudiaba o descansaba. Un día, a la hora del almuerzo, María V. le dijo: “no coma eso comaíta (Isabelita era ya madrina de Lesbia, hija de María), que le va a caer mal”. Isabelita captó de inmediato el mensaje cuando vio que el almuerzo consistía en un suculento arroz con pollo. No le quedó más que llorar por años su animalito” (idem, s.n/p).
Isabelita en Guasipati (estado Bolívar), a los trece años de edad (1926) [Cuenta Isabelita que esta fue la primera foto que le tomaron en su vida, gracias a que su primo Federico M.G. había traído de USA una cámara portátil, poco conocida entonces en la localidad].
Una vez asegurada la preservación de los recuerdos familiares mediante la escritura y la reproducción o el resguardo de las fotos ancestrales, tal vez sobrevendrá -tal como sostiene el uruguayo Daniel Merle (de quien he tomado en préstamo el título de esta entrada)- el proceso evolutivo desde esa colección particular de imágenes conformada a través del tiempo por la abuela con el fin exclusivo de que sea disfrutado por los miembros de su entorno inmediato –“el álbum familiar”-, hasta el conjunto reproducible de fotos familiares organizadas intencionalmente para contar una historia capaz de interesar a numerosas personas ajenas a dicho entorno : “el libro de la intimidad”.
Dependerá sólo de nosotros decidir hasta dónde continuar en el camino de esta evolución.
FUENTES:
Hernández, P. (2008). Árbol genealógico de la familia Hernández Ascanio [Trabajo inédito].
Merle, D. (2006). Del álbum familiar al libro de la intimidad [Artículo].