Este es el título de un poema de la venezolana María Calcaño (Maracaibo, 1906-Caracas, 1955), el cual forma parte del libro de su autoría Entre la luna y los hombres, publicado en 1961, un lustro después de su fallecimiento a escasos cuarenta y nueve años de edad (Calcaño, 1983). Vale la pena compartirlo en esta ocasión -día de los Fieles Difuntos- no solo por lo bien escrito, sino también y sobre todo por lo que tiene de visión contemporánea de la muerte y de testimonio personal sobre una agonía terminal y sin regreso.
Tener que morirme
en esta época
con una muerte
tan desacreditada.
Antes llegaba ella
con su paso natural
y nos desvanecía...
¡Cómo no fui yo de aquellos tiempos!
Morir era simple:
apagarse tranquilos,
y reposar
sin más ni más.
Sin haberla ahuyentado
con el corte de un seno,
de una garganta...
O con el tropel de alambre
del electrocardiograma
sobre el corazón vencido.
Oyéndola
roer su media presa,
¡qué deseo loco
de ir por fin con ella!
Y tocarme a mí ahora
esta muerte sabihonda,
muerte de clínica y de laboratorio,
metida en cámara
de oxígeno,
entre penicilina
y radioterapia...
Irme con esta muerte
tan antipática
y con tanto siglos encima,
me da pena...
Hace un par de meses se volvió viral la selfie [1] que una joven estudiante de medicina se tomara junto a una paciente presuntamente agonizante. La noticia de donde extraigo la información indica que la joven la mostró a través de un mensaje en whatsapp -a su entorno relacional más cercano, supongo- y que una de las personas destinatarias la habría filtrado. Añade la nota que la selfie "causó indignación y críticas en las redes sociales" (Indignante, 2015).
La imagen muestra a una atractiva chica, vestida de blanco y con estetoscopio, sonriendo y figurando una V con dos dedos de su mano izquierda. Detrás, yace en cama clínica una mujer, aparentemente de edad avanzada y con suplencia artificial de oxígeno. Solo por lo que vemos, la interpretación "lógica" podría haber sido que la joven mostraba su contento porque la probable paciente a su cargo se encontraba en vías de recuperación. De hecho, la V es señal convenida de ¡victoria!. Pero esta interpretación queda totalmente descartada por el texto que acompaña la imagen: "Fui hacer una guardia y una señora estaba agonizando☺ y pues selfieeee".
Foto extraída de la Página Web LaIguanaTV (2015, Agosto 08).
Pocos días después, otra nota hacía referencia al anuncio de la policía rusa sobre una investigación contra decenas de usuarios de la popular red social Vkontakte, quienes habrían promovido y participado en un concurso de selfies con personas fallecidas (Macabra tendencia, 2015). Uno de estos usuarios justificó el fomento del concurso con el argumento de "cambiar las mentalidades en lo que respecta a la muerte [en tanto cuanto] la muerte es el inicio de una nueva vida". Las autoridades policiales, añade la nota, han preferido darse un tiempo de espera para emitir cualquier dictamen respecto de esta actividad, aunque se declararon en alerta dado que hay casos de niños participando en la misma.
La imagen que acompaña la información muestra en primer plano a una joven, con vestido y anteojos oscuros, esbozando una sonrisa mas bien recatada y contrita, semejante a la que solemos recibir de los deudos en decorosa señal de agradecimiento a nuestras condolencias. Detrás, impone su presencia un féretro cerrado, sobre el cual reposa un ramo de rosas. Como observador de la foto -tal vez prejuiciado por la nota informativa y por el específico modo de producir dicha foto- no termina uno de convencerse sobre la autenticidad de ese hondo sentimiento que pareciera reflejar la enigmática expresión de la joven.
Foto extraída del blog de la Red Iberoamericana de Cementerios Patrimoniales (2015, Agosto 19).
Tomar y conservar fotografías de personas difuntas, de los rituales funerarios correspondientes a su velatorio y su enterramiento, así como de las posteriores visitas a su tumba, no es una costumbre de reciente data, y posiblemente ni siquiera ajena a nuestro entorno familiar. No debería por tanto sorprendernos el eventual hallazgo, en alguna vieja caja de la abuela [2], de imágenes relacionadas con el fallecimiento de un pariente que quizás no hallamos alcanzado a conocer.
Entre las numerosas fotografías sobre papel que conservan las mujeres de mi familia (abuelas, madres, tías, hermanas y primas) -en su conjunto, un invaluable documento en riesgo de perderse- subsisten algunas directamente relacionadas con la muerte (ninguna de ellas incluida en los álbumes familiares). Estas fotos corresponden a dos diferentes momentos fotográficos de índoles social y tecnológica. Del primero se conserva una imagen que siempre me ha parecido hermosa y fascinante. Estimo que datará de 1913 aproximadamente, y que, dada su composición y calidad, habría sido contratada a un fotógrafo profesional.
A pesar de su deterioro, la fotografía nos revela toda una "puesta en escena" alrededor de una difunta apenas adolescente. Su cuerpo, con hábito blanco, yace en primer plano sobre un lecho blanco; las flores que ciñen su cabeza y que adornan en guirnaldas las barandas del lecho son también blancas. Los personajes que velan su descanso definitivo -su círculo familiar más íntimo- visten igualmente de blanco, siempre en alusión al estado de inocencia de la pequeña fallecida. Detrás (en términos fotográficos, fuera de campo), el círculo ajeno "curiosea" o bien observa discretamente la representación a propósito del triste acontecimiento, próximo a ser convertido en imagen para el recuerdo. Los participantes en la escena (salvo la hermana mayor) miran directamente a la cámara, y todos sin excepción adoptan poses y expresiones de dolor, reflexión o respeto. La disposición circular del grupo de dolientes conformado por la abuela y los hermanos favorece la atención del espectador hacia las figuras de la madre y de su hija muerta, que se mantienen fuera del grupo.
El "montaje" es evidente, y sin embargo la situación no resulta chocante: la imagen denota los rasgos románticos de la época en que fue producida, y como tal se recibe y se aprecia. De hecho, la primera impresión es conmovedora, y por lo general continúa siéndolo luego de percatarnos de la simulación evidente. Y es que, a pesar de todo, no deja de percibirse un genuino ambiente de dolor y recogimiento por la partida del ser querido.
La obtención de una foto de este tipo implicaba sin duda un significativo dispendio, y en consecuencia constituía un lujo que por lo general solo podría permitirse una familia económicamente holgada. Pero en tiempos en que la fotografía era aún cosa poco frecuente y a cargo de conocedores del oficio, se justificaba el alto costo de procurar lo que tal vez sería la única imagen con la que se conservaría el recuerdo del ausente. Esa imagen sería exclusiva e irrepetible, por lo que todo debía ser pertinente y adecuado. En ella no tenían cabida ni el azar ni la espontaneidad.
Del segundo momento son más numerosas y variadas las imágenes funerarias que se conservan en el acervo fotográfico familiar. Corresponden a un lapso comprendido entre las décadas de 1940 y 1970, cuando la posesión y el manejo de una cámara fotográfica se había popularizado, y era frecuente la producción de imágenes de calidad diversa por parte de aficionados y de fotógrafos ambulantes, como opciones más económicas y accesibles a las meticulosas y distinguidas fotografías de estudio. La persistencia en esos años del carácter analógico de la tecnología fotográfica y el reducido número de imágenes que podían obtenerse con cada rollo utilizado (un máximo de 36 imágenes en los rollos comerciales) limitaban todavía el azar y la espontaneidad, ya tan comunes en esta era de la fotografía digital. La "puesta en escena" en la imagen de principios de siglo apenas se percibe en estas más recientes acaso en la pose, en el color y la formalidad de la vestimenta, y en la expresión de los sujetos fotografiados, acordes con la circunstancia.
En este contexto, las fotos de la visita al cementerio parecían ser cosa corriente, y en ellas no había empacho en hacer partícipes directos también a los niños. Aunque las mismas se enfocaban mayormente en los dolientes, la persona difunta se encontraba representada simbólicamente en la figura del monumento funerario, a veces destacado en primer plano, a veces formando parte significativa dentro del campo fotográfico. Por más que en tiempos actuales estas imágenes puedan resultar extrañas, las mismas reflejan las formas y comportamientos, todavía rigurosos, en las costumbres funerarias vigentes a mediados del siglo XX. Tal vez gracias a esa rigurosidad en el cumplimiento del ritual luctuoso, también dichas imágenes transmiten un sentimiento real ante la pérdida del ser querido.
Menos frecuentes aparecen (o se conservan) imágenes del traslado de las personas difuntas al cementerio o de su enterramiento, de natural más crudas e impactantes. En ellas la pose cede lugar al gesto espontáneo del instante, y la foto adquiere visos de periodismo gráfico. Esta ya no era tomada por un miembro de la familia -sumido entonces en su pesar- sino por un fotógrafo ambulante casual, que posiblemente captaba el conmovedor momento, revelaba in situ el negativo (a la manera de los fotógrafos de plaza), enmarcaba en cartón la foto todavía húmeda y la ofrecía en venta a alguno de los presentes. Considerando las circunstancias, aquí difícilmente queda espacio para la duda sobre la autenticidad del sentimiento de los dolientes.
De esos años para acá, la manera de percibir la muerte ha experimentado grandes cambios, y con ellos las prácticas de las costumbres funerarias. La formalidad del duelo se ha relajado, el período de luto ha sido recortado al mínimo, la frecuencia de visitas al cementerio - que también viene transformándose de abigarrado "camposanto" a verde "jardín del recuerdo"- es cada vez más reducida, la incineración del cuerpo y la disposición de las cenizas bajo libre albedrío se imponen sin prisa y sin pausa, y los momentos dedicados al recuerdo del ausente se diluyen bajo el ritmo de la vida contemporánea.
Cartay (2002, p. 452) hace referencia a dos figuras marcadas de la muerte en Venezuela: (a) la de la "buena muerte", a mediados del siglo XIX, cuando el moribundo recibía el consuelo de la extremaunción en su lecho y fallecía en la paz de su hogar rodeado de sus deudos y amigos, "que actuaban como un soporte cálido y seguro en esa hora postrera"; y (b) la figura de "la muerte desplazada de lugar al ritmo de la ciudad que crece", a mediados del siglo XX. "Se muere ahora solo y en una cama de hospital, para convertir el acto de la muerte en un proceso técnico, donde los que están a cargo del enfermo son los médicos y el personal paramédico.... La muerte se convierte entonces en anónima, solitaria e impersonal en la habitación de un centro hospitalario. El moribundo se ve rodeado de normas, horarios, prescripciones, formas sociales de comportarse y actuar. A la familia se la aparta: ya no puede exteriorizar sus sentimientos ni sus emociones para no angustiar al entorno".
Esta última figura (que no debe de ser muy diferente en el resto del mundo), aunada a una mayor permisividad respecto de las convenciones sociales y a una fuerte banalización de la muerte (y de la vida) a través de los medios de comunicación e información, puede que explique en cierto modo la producción de imágenes como las mostradas en las selfies aludidas a principios de estas líneas, inquietantes en cuanto a la manifestación de un marcado individualismo y superficialidad, y de una escasa sensibilidad ante el trance fatal del otro.
(A la memoria de Guillermo López Armas, maestro y amigo).
NOTAS:
[1] Con el término selfie o selfy se denomina la actual práctica de auto retratarse mediante una cámara digital incorporada a los celulares o móviles inteligentes, y de compartir la imagen -prácticamente en tiempo real- a través de las redes sociales (Autofoto, s.f.). Este popular fenómeno cultural -todavía reciente como tema de estudio- ha sido asociado por diversos investigadores al narcicismo e incluso a la resistencia frente a las normas dominantes sobre el género y la sexualidad (San Cornelio, 2014).
[2] Las fotos relacionadas con tragedias familiares -se trataran estas de casos de enfermedades extremas, de fallecimientos, de rupturas matrimoniales o de transgresión de convenciones sociales- eran por lo común desterradas del álbum familiar y confinadas en cajas que guardaba con celo la abuela (o quien hiciera las veces de ella) como figura emblemática protectora de la imagen de la familia ante la sociedad, imagen que se basaba en valores de educación, decencia, armonía y prosperidad: el álbum de fotos de la familia tenía entonces como fin primordial mostrar la cara amable de la misma. Sin embargo, el investigador Armando Silva encontró en su área de estudio (Colombia y México) que el tema funerario estuvo presente en el álbum familiar particularmente a principios y a mediados del siglo XX, siempre ligado a un símbolo de estatus. Respecto de Venezuela, una amiga mía confirma la inclusión de imágenes funerarias en algunos álbumes de su familia. En el caso de mi núcleo familiar, las imágenes de este tipo se han conservado aparte y a buen resguardo de miradas ajenas.
FUENTES
Autofoto. (s.f.). Wikipedia. Disponible: https://www.google.co.ve/webhp?sourceid=chrome-instant&ion=1&espv=2&ie=UTF-8#q=selfie
Calcaño, M. (1983). Antología poética. Maracaibo: Editorial de la Universidad del Zulia. (Col. La musa libre).
Cartay, R. (2002). La muerte. Fermentum. Revista Venezolana de Sociología y Antropología. 12(34):447-470. Mayo-Agosto de 2002. Mérida (Venezuela): Universidad de Los Andes.
Indignante: estudiante de medicina sonríe y se toma una selfie junto a paciente agonizando. (2015, Agosto 08). Disponible: http://www.laiguana.tv/articulos/12760-mundo-mexico-selfie-estudiante-gonzalez-universidad
Macabra tendencia de tomarse selfies con muertos. (2015, Agosto 19). Disponible: http://redcementeriospatrimoniales.blogspot.com/2015/08/la-macabra-tendencia-de-tomarse-selfies.html)
San Cornelio, G. (2014). Sobre selfies e investigación: algunas consideraciones metodológicas. COMEIN Revista de los Estudios de Ciencias de la Investigación y de la Comunicación (Universitat Oberta de Catalunya). Nº 38 (Noviembre de 2014). Disponible: http://comein.uoc.edu/divulgacio/comein/es/numero38/articles/Article-Gemma-San-Cornelio.html
ACTUALIZACIÓN INFORMATIVA
Corvo L., J. (2016, Octubre 30). Ventas caen en Halloween. El Aragüeño [Versión digital]. Disponible: http://elaragueno.com.ve/region/ventas-caen-en-halloween/
EFE Agencia. (2016, Octubre 25). La Iglesia católica prohíbe esparcir las cenizas de los difuntos o tenerlas en casa. Noticias yahoo.com. Disponible: https://es.noticias.yahoo.com/iglesia-cat%C3%B3lica-proh%C3%ADbe-esparcir-cenizas-difuntos-tenerlas-casa-104838245.html
La Llora Sinfónica se presentó en la ciudad socialista La Mora. (2016, Noviembre 04). CiudadMcy [Versión digital]. Disponible: http://ciudadmcy.info.ve/index.php/cultura/17880-la-llora-sinfonica-se-presento-en-la-ciudad-socialista-la-mora
Reynolds, J. (2016, Noviembre 01). El reconocido exorcista de Roma que no encuentra sucesores. BBC. Disponible: http://www.bbc.com/mundo/noticias-37841120?utm_source=taboola&utm_medium=referral