Puede leerse en Wikipedia que el retrato (del latín retractus) es, en términos generales, una expresión plástica o literaria de la figura, el carácter o el estado de ánimo de una persona. Esta expresión no es necesariamente fiel a las características del sujeto representado, pero requiere en cambio la referencia mínima que vincule a éste con su representación: un nombre, un atributo o una descripción narrativa.
En este sentido, el retrato es “intencional” cuando muestra rasgos generales comunes a muchas personas, pero que se individualiza con la identificación de quien se pretende representar: “María Pérez”, por ejemplo, o bien “ésta es mi mamá”. Si a este tipo de representación se conectan valores relacionales entre la imagen y la persona, se habla de retrato “simbólico”, común en la iconografía religiosa. El retrato es “tipológico” cuando, sin asemejarse todavía a la persona representada, se muestran una serie de elementos que circunscriben a dicha persona a una categoría determinada de individuos (atributos particulares u objetos relacionales, vestimenta, etcétera); requiere todavía de la identificación expresa. El retrato es, en fin, “fisonómico” cuando reproduce con fidelidad los rasgos somáticos o psicológicos del representado. Esta reproducción “fidedigna” puede ser realizada a partir de testimonios de terceros y de la impresión o concepto que de la persona a representar se haya formado el artista a partir de dichos testimonios. Se hace referencia entonces de un retrato “de reconstrucción”.
Los primeros retratos de la historia en el hemisferio occidental fueron de tipo escultórico o de bulto, y se conocen manifestaciones muy antiguas de este tipo de expresión plástica. Sin embargo, es en la Grecia del siglo IV a.C. donde surge el verdadero retrato fisonómico, el cual será enfatizado más tarde por la cultura romana. Entre los siglos II y I a. C. el retrato fisonómico deja de ser exclusivo para soberanos y notables, y comienza a ser utilizado por personas ordinarias. Por la misma época se difunde particularmente el retrato de bulto con fines honoríficos y funerarios.
Los retratos de tipo pictórico hallados en las necrópolis egipcias del distrito de El Fayum son considerados entre los más antiguos de tipo fisonómico que representan a personas ordinarias, pero pertenecientes a familias adineradas. Datan de la época de dominio romano en Egipto (siglos I-III d.C.), aunque manifiestan origen helenístico, y sustituyeron la acostumbrada máscara funeraria del ritual mortuorio egipcio. Probablemente eran pintados en vida de la persona sobre madera o lienzo, para ser luego colocados, al morir, sobre el rostro de su momia. Estos retratos eran por tanto objetos sagrados, y representaban la inmortalidad de los representados, así como la garantía de ser identificados con claridad en su viaje al reino de Osiris (Retratos Funerarios del Antiguo Egipto, 2009).
Con el tiempo y con los cambios sociales, las motivaciones hacia el retrato funerario van tomando un cariz cada vez más mundano, tal como comenta Georges Duby (1993, p. 242):
Cuando los donantes solicitaron a los artistas que los representasen no ya dormidos en la paz divina y en el anonimato de los elegidos, sino bajo apariencias de vida más evidentes, bajo los rasgos identificables de su individualidad.… estaban animados por sentimientos más profanos. Querían ante todo que se pensase más en ellos. Esta sepultura no era la de cualquiera sino la suya.… la tumba es un llamamiento a los vivos. El difunto reclama plegarias a los que pasan. Las reclama para si mismo, para su salvación personal, la vertiente egoísta de la piedad se expresaba también en esta preocupación por distinguir la tumba con un signo personal. Sobre la mayor parte de las sepulturas privadas, sobre las losetas compradas a los artesanos que las fabricaban en serie, los símbolos heráldicos, la inscripción de un nombre, bastaban para designar la identidad del difunto. Pero los grandes mecenas quisieron que, sobre sus tumbas, hubiese un retrato que se les asemejara…. el rostro de las estatuas yacentes se transformó así en el campo privilegiado en el que los artistas del siglo XIV practicaron la observación de lo accidental.
No obstante, la preocupación por imprimir su marca sobre esta obra de arte esencial que era el monumento funerario es paralelo a otro deseo, menos consciente tal vez pero igualmente contradictorio con el espíritu de renuncia. Fijar sus rasgos en la piedra significaba protegerlos de los estragos de la muerte, vencer las fuerzas destructoras, perdurar. El rostro irreal de las estatuas yacentes del siglo XIII proclamaba la misma victoria, pero la transfería al más allá. Los hombres quisieron sobrevivir igualmente en este mundo, bajo su verdadero rostro.
A mediados del siglo XIX las motivaciones hacia el uso del retrato funerario parecen haber sido en esencia parecidas a las del siglo XIV para la boyante sociedad de la revolución industrial. De manera que en los cementerios tradicionales, sobre todo en aquellos creados en los centros de poder, puede observarse retratos de bulto como los de Don Fernando S. Bolívar (s.f.), Doña Luisa A. de Ricardo (1892), Doña Manuela O. de Robaina (1933), Nieves Amelia Mosquera (s.f., 0bra de Angel Cabré y Magriñá, fotografiada por Doménico Casasanta. Ver foto siguiente), y Doña Eva C. de Delgado (1937?), que, entre otros, se aprecian en el “Cementerio General del Sur” de Caracas y son analizadas por Da Antonio (1984).
No obstante, la preocupación por imprimir su marca sobre esta obra de arte esencial que era el monumento funerario es paralelo a otro deseo, menos consciente tal vez pero igualmente contradictorio con el espíritu de renuncia. Fijar sus rasgos en la piedra significaba protegerlos de los estragos de la muerte, vencer las fuerzas destructoras, perdurar. El rostro irreal de las estatuas yacentes del siglo XIII proclamaba la misma victoria, pero la transfería al más allá. Los hombres quisieron sobrevivir igualmente en este mundo, bajo su verdadero rostro.
A mediados del siglo XIX las motivaciones hacia el uso del retrato funerario parecen haber sido en esencia parecidas a las del siglo XIV para la boyante sociedad de la revolución industrial. De manera que en los cementerios tradicionales, sobre todo en aquellos creados en los centros de poder, puede observarse retratos de bulto como los de Don Fernando S. Bolívar (s.f.), Doña Luisa A. de Ricardo (1892), Doña Manuela O. de Robaina (1933), Nieves Amelia Mosquera (s.f., 0bra de Angel Cabré y Magriñá, fotografiada por Doménico Casasanta. Ver foto siguiente), y Doña Eva C. de Delgado (1937?), que, entre otros, se aprecian en el “Cementerio General del Sur” de Caracas y son analizadas por Da Antonio (1984).
Actualmente, es factible que la motivación más generalizada -y menos pretenciosa- del retrato funerario sea la de mantener vivo el recuerdo del ser querido, al menos en los casos en que el mismo ha sido encargado por los deudos. Ello no descarta sin embargo la posibilidad de una velada intención, tal vez inconsciente, de obsequiar al difunto o difunta -e incluso a si mismos- cierta ilusión de incorruptibilidad física.
La fotografía, surgida en la segunda mitad del siglo XIX, democratizó la presencia del retrato en los cementerios, principalmente en razón de su relativo bajo costo. Hoy día constituye, junto con la lápida, uno de los pocos elementos de arte funeraria que mantienen vigencia.
Botello puede estar refiriéndose bien a José Pigna, autor de varios de los bustos en bronce de próceres que preceden el Arco de Triunfo en el Campo de Carabobo (Silva, 1999), o bien a Francisco Pigna, uno de los varios inmigrantes italianos, por lo general escultores, que instalaron firmas marmolistas en Caracas a fines del siglo XIX y que ganaron prestigio en todo el país con la producción o provisión de obras conmemorativas épicas y funerarias, de carácter público o privado. Estas empresas solían responder a encargos particulares con la provisión de copias escultóricas o de obras originales, por lo general retratos, elaboradas en canteras y talleres italianos o nacionales, que eran de su propiedad o que estaban asociados comercialmente a la empresa. Hasta el momento no se ha encontrado menciones precisas de Francisco Pigna como autor, salvo quizá, en un listado de obras de arte contenidos en el Panteón Nacional, donde su nombre aparece asociado a una placa conmemorativa en mármol, titulada “Ofrenda de la Colonia de Curazao” y fechada en 1921 (Decreto N° 1.885, 2002).
Los bustos en cuestión se ubican a la izquierda y a la derecha de la cabecera de las fosas cuyas lápidas identifican a quienes fueron, respectivamente, hermano e hijo del general Juan Vicente Gómez, a saber: (a) Pedro Gómez, al sur, fallecido en 1918, y que parece coincidir con quien Botello (2007, op.cit.) se refiere como César Gómez,[4] víctima de la gripe española (foto superior); y (b) general José Vicente Gómez Bello, fallecido en Europa en 1930 (foto inferior). Se conoce además -por medio de imágenes fotográficas publicadas- los rostros del general Juan Vicente Gómez y de su hijo Alí Gómez Bello (los otros dos difuntos que ocupan el ala central del mausoleo), lo cual permite suponer que tales retratos -de aires neoclásicos y fina factura- podrían corresponder a las primeras personas mencionadas [5].
La fotografía, surgida en la segunda mitad del siglo XIX, democratizó la presencia del retrato en los cementerios, principalmente en razón de su relativo bajo costo. Hoy día constituye, junto con la lápida, uno de los pocos elementos de arte funeraria que mantienen vigencia.
Retratos escultóricos. Seis retratos escultóricos han sido encontrados en el cementerio La Primavera, cuatro de ellos de bulto redondo[1] y probablemente de tipo fisonómico. Los dos restantes son altorrelieves y responden más bien a la categoría de retrato tipológico.
Dentro del primer grupo destaca la cabeza del capitán Jesús Zafrané, la cual forma parte de una estela de características déco dedicada a su memoria, realizada en piedra artificial posiblemente hacia 1936, y de autor desconocido. El tratamiento más bien esbozado del rostro hace dudar a ratos sobre la fidelidad fisonómica. Llama en cambio la atención el cuidado detalle en el uniforme de piloto que viste el personaje, que sin duda testimonia la época de representación del difunto. El cuello y las solapas del abrigo, expresados con vigoroso trazo, delimitan con efectividad la parte inferior de la cabeza y otorgan al retrato una impresión de busto.[2]
Dentro del primer grupo destaca la cabeza del capitán Jesús Zafrané, la cual forma parte de una estela de características déco dedicada a su memoria, realizada en piedra artificial posiblemente hacia 1936, y de autor desconocido. El tratamiento más bien esbozado del rostro hace dudar a ratos sobre la fidelidad fisonómica. Llama en cambio la atención el cuidado detalle en el uniforme de piloto que viste el personaje, que sin duda testimonia la época de representación del difunto. El cuello y las solapas del abrigo, expresados con vigoroso trazo, delimitan con efectividad la parte inferior de la cabeza y otorgan al retrato una impresión de busto.[2]
Dos bustos propiamente dichos pueden ser apreciados en el interior de la nave central del Mausoleo de Juan Vicente Gómez (1919). Ambos están realizados en mármol, y acerca de su posible origen apenas conocemos la información aportada por Botello (2007, p.104):[3]
La obra [el mausoleo, diseñado por Antonio Malaussena] estuvo a cargo del ingeniero Emilio Lachalle o Lachell, como nos informó en 1971 mister Percival Quilton, personaje trinitario muy conocido en la ciudad y quien prestó servicios al lado del citado ingeniero en el desarrollo de la construcción y luego por Epifanio Balza Dávila, asesorado por el ingeniero Ricardo Razetti; los mármoles fueron tallados por Pigna [subrayado nuestro]; las verjas y ornamentaciones elaboradas por Juan Ronsó y las pinturas por Jacobo Capriles.
La obra [el mausoleo, diseñado por Antonio Malaussena] estuvo a cargo del ingeniero Emilio Lachalle o Lachell, como nos informó en 1971 mister Percival Quilton, personaje trinitario muy conocido en la ciudad y quien prestó servicios al lado del citado ingeniero en el desarrollo de la construcción y luego por Epifanio Balza Dávila, asesorado por el ingeniero Ricardo Razetti; los mármoles fueron tallados por Pigna [subrayado nuestro]; las verjas y ornamentaciones elaboradas por Juan Ronsó y las pinturas por Jacobo Capriles.
Los bustos en cuestión se ubican a la izquierda y a la derecha de la cabecera de las fosas cuyas lápidas identifican a quienes fueron, respectivamente, hermano e hijo del general Juan Vicente Gómez, a saber: (a) Pedro Gómez, al sur, fallecido en 1918, y que parece coincidir con quien Botello (2007, op.cit.) se refiere como César Gómez,[4] víctima de la gripe española (foto superior); y (b) general José Vicente Gómez Bello, fallecido en Europa en 1930 (foto inferior). Se conoce además -por medio de imágenes fotográficas publicadas- los rostros del general Juan Vicente Gómez y de su hijo Alí Gómez Bello (los otros dos difuntos que ocupan el ala central del mausoleo), lo cual permite suponer que tales retratos -de aires neoclásicos y fina factura- podrían corresponder a las primeras personas mencionadas [5].
El cuarto y último retrato escultórico fisonómico corresponde al Dr. Amadeo Camperos, fallecido en 1948. Es también el único realizado a figura entera, y fue mandado hacer en Italia por su viuda, mediante la firma de F. Roversi M., tomando como modelo una imagen fotográfica del personaje (N. Marín, nieta del difunto, conversación telefónica, Marzo 28, 2010). Tal vez por acuerdo de quien la encargara, el anónimo escultor habría realizado una reproducción fidedigna de la imagen sin posibilidad de aporte creativo alguno, salvo quizás el árbol talado en el que se apoya el homenajeado, con un retoño en unos de sus muñones, que parecería ser una referencia simbólica a la vida después de la muerte.
Dos paneles en bronce con altorrelieves, que a manera de estelas se encuentran adosadas a las paredes de fondo de las alas norte y sur del Mausoleo de Juan Vicente Gómez, parecen constituir apologías al coronel Alí Gómez, fallecido a los veintiséis años de edad a causa de la gripe española, el 07 de noviembre de 1918. La estela del ala sur representa una escena de coleo de toros, actividad lúdica en la que el joven difunto habría destacado (Botello, op. cit.).
La estela del ala norte representa una escena de corte militar, en probable alusión a su rango. A propósito de tal rango, Bolívar (2001, p. 117) escribe:
…”a su muerte [el coronel Alí Gómez] era el Jefe del Regimiento Sucre N° 2, por cuya razón el Ministerio de Guerra y Marina a través de la Inspectoría General del Ejército, dispuso entre otras cosas… ‘Que un Batallón del Regimiento de Infantería Sucre N° 2, que estaba a su mando, con banderas enlutadas, tambores a la sordina y la Banda de la Brigada a la cabeza, concurra a rendir los honores correspondientes…’ (Boletín N° 75 del Archivo General de La Nación, pp.245)”.
…”a su muerte [el coronel Alí Gómez] era el Jefe del Regimiento Sucre N° 2, por cuya razón el Ministerio de Guerra y Marina a través de la Inspectoría General del Ejército, dispuso entre otras cosas… ‘Que un Batallón del Regimiento de Infantería Sucre N° 2, que estaba a su mando, con banderas enlutadas, tambores a la sordina y la Banda de la Brigada a la cabeza, concurra a rendir los honores correspondientes…’ (Boletín N° 75 del Archivo General de La Nación, pp.245)”.
Aun cuando no se distinguen rasgos fisonómicos precisos del coronel Alí Gómez en alguno de los personajes de ambas ambientaciones, es dable pensar, por el ya señalado carácter apologético las mismas, en retratos tipológicos del difunto, el cual podría estar representado en quien galopa tomando el rabo del toro, y en aquél que, montado en magnífico caballo, domina la escena militar.
De las dos estelas, la del ala norte muestra claramente la firma de Lorenzo González (LORENZO GONZÁLEZ/ CARACAS) en la esquina inferior derecha del cuadro central. Ambas, en tanto, revelan el talento y la destreza de su autor, evidentes en el manejo del espacio de representación, en el dibujo de la anatomía animal y en el dinamismo de la escena de coleo.
Retratos pictóricos. Apenas un ejemplar de retrato pictórico ha sido registrado en “La Primavera”. Se trata en realidad de un busto dibujado a grafito sobre papel, probablemente correspondiente a Juanita Navas, fallecida en 1997.
La tumba se encuentra protegida mediante rejas y resguardada con una cubierta metálica, lo cual no ofrece un ambiente suficientemente adecuado para este tipo de obras, realizadas con materiales que se deterioran con facilidad por acción de agentes climáticos y biológicos. Este retrato, enmarcado en madera y vidrio, muestra de hecho los efectos nocivos de la humedad, patentes en el descascarado y decoloración de la madera y el manchado del papel por los pigmentos exudados del marco. La obra en cuestión, de carácter popular y de autor aficionado, se encuentra acompañada por una foto en blanco y negro sobre papel - enmarcada en espejo y vidrio- que muestra una escena familiar (o más bien celebrativa). En tal contexto, el dibujo adquiere valor como manifestación afectiva a la difunta por parte de sus deudos.
Retratos fotográficos. A diferencia de los retratos escultóricos y pictóricos, los retratos fotográficos abundan en el cementerio “La Primavera” y su uso se mantiene vigente a juzgar por la presencia de imágenes de fallecidos en fechas recientes del siglo XXI. La mayor parte de ellos son impresiones sobre porcelana, y, aunque también son frecuentes las impresiones sobre papel, varias de ellas se han perdido por acción de los factores ambientales, principalmente radiación y humedad (ver foto siguiente, posiblemente de Belén Aponte, fallecida en 2004). Son raras en cambio las impresiones encontradas en esmalte sobre metal.
Las impresiones sobre porcelana y sobre esmalte muestran, casi invariablemente, forma ovalada –a manera de medallón-, e imágenes de busto del difunto o difunta en blanco y negro, en sepia o a color, delimitadas por una línea dorada y expuestas en forma vertical. El formato más frecuente es de 12 x 9 cm., aunque se consiguen de dimensiones mayores. Son contados en cambio los retratos a cuerpo completo, los de pareja y los de imágenes expuestas en forma horizontal o apaisada.
De acuerdo con los indicios encontrados en numerosos monumentos, habría sido usual el enmarcado de estos retratos bien con bordes metálicos ornamentados –tal como abundan, por ejemplo, en el cementerio metropolitano de Coro-, o bien con bordes de cerámica o porcelana coloreadas, adornados con motivos vegetales. Del primer tipo de marco, ninguno ha sido encontrado en el cementerio maracayero, y sólo dos hechos en cerámica y porcelana parecen haberse conservado en moderadas condiciones. El retrato enmarcado con flores de porcelana corresponde a Florencio Peraza, fallecido en 1957; el enmarcado con hojas de cerámica no ha podido ser identificado.
Otros tres retratos han sido hallados enmarcados mediante su embutido en horadaciones ad hoc hechas en el soporte, bien sea éste una estela, una lápida o un pedestal, en los monumentos funerarios de Andrés Silva Mirabal, fallecido en 1963, de Petra Key, fallecida en 1972, y de Víctor Manuel Bautista, fallecido en 1959, este último, por cierto, de formato circular. De factura más reciente, y tal vez como recurso ante la frecuente desaparición de los marcos añadidos, son los soportes de porcelana con una moldura en su borde que figura el marco, tal como puede observarse en el retrato a color de Aura Marina Guillén de Tablante, fallecida en 2007.
Sólo dos de los numerosos retratos sobre porcelana encontrados en “La Primavera” presentan firma en su borde inferior derecho: el del teniente coronel Manasés Eduardo Capriles, fallecido en 1952 y el de Luigi di Meco, fallecido en 1951 . En los mismos puede leerse, respectivamente, “Roversi ‘Bologna-Caracas’” y “FOTO. LAV. ZIONI. PESCARA”.
Apenas tres impresiones en sepia sobre esmalte han sido registradas en “La Primavera”, en condiciones moderadas de conservación: (a) el retrato de Regolo Nunziata de Carvallo, fallecida en 1972; (b) el que se encuentra adosado al pedestal del crucifijo de la plataforma donde yacen los restos de Felipa Tejada de Alvarado y de María Alvarado de Zambrano, fallecidas en 1962 y en 1964, respectivamente, y (c) el que en la actualidad permanece suelto sobre el edículo de la tumba de Dolores M. de Celis y Carmen C. de Montesinos, fallecidas en 1965 y en 1971, respectivamente.
Son de mencionar por su singularidad otros tres retratos: (a) una impresión en sepia sobre cerámica y de formato cuadrado de 20 x 20 cm., probablemente de Felícita Mirabal de Silva, fallecida en 1942; (b) una impresión de reflejo iridiscente sobre porcelana y de formato ovalado de 25 x 18 cm., con la imagen de una niña no identificada; y (c) una impresión en blanco y negro sobre porcelana, con una imagen de pareja expuesta en forma apaisada, ubicada en la plataforma donde yacen los restos de Arabia de Pérez y Máximo Pérez, fallecidos en 1965 y en 1967, respectivamente.
Los retratos sobre papel fotográfico encontrados en “La Primavera” manifiestan por su parte la espontaneidad de un homenaje postrero, íntimo y sencillo, a la persona fallecida. Unos se consiguen con marco y con cubierta de vidrio, y fijados ex profeso a los monumentos; otros se encuentran sujetos de cualquier modo al elemento de cabecera o compartiendo el interior de los edículos con imágenes religiosas. Estas fotos representan escenas cotidianas o de estudio, en las que aparece la imagen en vida del personaje fallecido, solo o bien en compañía de otras personas de su entorno íntimo. El resultado es una especie de álbum familiar, lícito espacio de convivencia entre vivos y muertos, y por ello, no exento de conmovedora nostalgia.
NOTAS:
[1] Una escultura de bulto redondo es aquella que puede ser contemplada desde cualquier punto de vista a su alrededor (wikipedia).
[2] (del latín bustum): escultura o pintura de la cabeza y parte superior del tórax (DRAE).
[3] No ha sido posible acceder al interior del mausoleo, en razón de lo cual se desconoce hasta el momento si ambas obras pudieran estar firmadas.
[4] Cordero Velásquez (1997) hace mención de esta persona como Pedro César Gómez (p.129). NPA.
[5] En su blog Historias de Maracay: Tiempos de la ciudad (entrada del 16-12-2013, "Iconografía de la muerte del general Juan Vicente Gómez"), la historiadora y docente Zandra Pérez identifica el primer busto como representación de Alí Gómez Bello, y el segundo, del General Juan Crisóstomo Gómez, hermano del General Juan Vicente Gómez (Cf. http://historiasdemaracay.blogspot.com/2013/12/iconografia-de-la-muerte-del-general.html?showComment=1387455537781#c384991067592702154). N.P.A.
FUENTES CONSULTADAS:
Botello, O. (2007). Toponimia antigua de Maracay: Calles, plazas, esquinas,
casas, sitios. Maracay: Concejo Municipal de Girardot.
Bolívar, P. (2001). Maracay: Importante plaza civil y militar de Venezuela. Maracay: Autor.
Cordero Velásquez, L. (1997). Maracay: La meca del gomecismo. Caracas: Autor.
Da Antonio, F. (1984). Un siglo de escultura inédita en el Valle de Caracas, 1884-1984 [Catálogo]. Caracas: Museo de Arte Contemporáneo de Caracas. [Foto de busto de Nieves Amelia Mosquera, s.n/p.].
Decreto N° 1.885 (mediante el cual se declara Monumento Nacional el inmueble denominado Panteón Nacional). Gaceta Oficial de la República Bolivariana de Venezuela N° 37.553, Octubre 21, 2002.
Duby, G. (1993). La época de las catedrales: arte y sociedad, 980-1420. [Libro en línea]. Disponible: http://books.google.co.ve/books?id=h6NHsdoXKMC&dq=retrato+funerario& [Consulta: 2010, Enero 24]
Real Academia Española. (2001). Diccionario de la Lengua Española (22a. ed.). [Libro en línea]. Autor. Disponible: http://buscon.rae.es/draeI/ [Consulta: 2010, Enero 18]
Retratos Funerarios del Antiguo Egipto. (2009, Diciembre 16). En Historiaweb [Página Web en línea]. Disponible: http://perso.wanadoo.es/historiaweb/egipto/retratos/indexretratos.htm [Consulta: 2010, Febrero 12]
Silva, C. (1999). La escultura en Venezuela en el siglo XIX y la presencia italiana. Caracas: Armitano.
Wikipedia: La enciclopedia libre. Retrato. http://es.wikipedia.org/wiki/Retrato [Consulta: 2010, Marzo 08]