A lo largo de la historia, el cristianismo experimentará disensiones y cismas que determinarán actitudes diversas frente a la imagen religiosa, así como la adopción de formas expresivas propias. El catolicismo ha sido sin duda un medio fructífero para la evolución y enriquecimiento iconográfico mediante el usufructo, recreación y diversificación de signos, símbolos y alegorías. La representación de la Virgen María en sus numerosas advocaciones y la de los personajes del amplio santoral católico constituyen una muestra fehaciente de esta afirmación.
Cruz y crucifijo.
La cruz es uno de los símbolos más antiguos de la humanidad y ha sido adoptada por muchas religiones. Se conoce como símbolo del cristianismo desde el siglo III d.C., cuando comenzó a usarse para evocar la ejecución de Jesús y representar su triunfo sobre el madero de tormento. Este sentido primordial de la cruz cristiana se conserva en las iglesias evangélicas, extendido al de la fe en la resurrección. Es solo en la Edad Media cuando comienza a representarse a Jesús sufriente o fallecido sobre la cruz. Dicha modalidad, llamada crucifijo (derivado del latín crucificăre: fijar a la cruz), fue adoptada por la iglesia católica para enfatizar el sacrificio de Jesús, sin dejar por ello de lado el sentido primordial de triunfo sobre la muerte.
La cruz y el crucifijo son los motivos más frecuentes y variados en La Primavera. Salvo muy escasas excepciones, los elementos más notables de cruz son en herrería artística de forjado, en su mayoría de pequeño formato. Por su parte, las representaciones notables de crucifijo que subsisten apenas sobrepasan la veintena, y al menos la mitad de ellas se encuentran incompletas. Debe advertirse que la notabilidad o relevancia asignada a algunos de estos objetos no depende necesariamente de su calidad artística o riqueza de materiales; la singularidad es de hecho otro factor que determina la selección de obras notables, de las cuales serán reseñadas las más representativas.
Crucifijo. En el grupo de crucifijos, tres de ellos, obras de encargo y tal vez de procedencia europea, merecen destacarse por su calidad de factura. El primero forma parte del denominado Panteón de la familia Ruiz González (s.f.), monumento que lleva la firma de la empresa Fco. Pigna Sucs. Este crucifijo en mármol evidencia un trabajo cuya destreza y sensibilidad se manifiestan en una figura de Jesucristo grácil y proporcionada. El elaborado detalle del paño de pureza brinda dinamismo a la composición y aporta por contraste dramatismo a la escena. La belleza de esta obra se sobrepone a la mutilación de sus pies y de su brazo derecho.
La plataforma de Félix M. Pérez U., fallecido en 1932, tiene de cabecera un crucifijo cuya base figura un túmulo de piedra que evoca el Gólgota. En esta obra, realizada por entero en mármoles del mismo tono, y con dimensiones de 2.40 m. x 1.00 m. x 0.37 m., el énfasis parece estar dado precisamente en la postura de la figura de Jesucristo, cuyo realismo en el lógico desplome por causa de la muerte corporal, intentaría revelar más bien la faceta humana del personaje. La ubicación del crucifijo sobre un cipo de 1.10 m. de altura suplementa sus medidas, poco usuales en los monumentos funerarios de La Primavera, otorgándole impresión de monumentalidad.
La faceta humana de Jesucristo a la que se ha hecho alusión en el párrafo anterior se manifiesta con mayor evidencia en el crucifijo de la tumba de María Hermoso (fallecida en 1952), realizada por la firma F. Roversi. De dimensiones discretas (1.20 m. x 0.60 m.), y elaborada en caliza gris y mármol, esta obra parece mostrar al personaje en el trance del suplicio, padecimiento que intentaría ser expresado más en el adelantamiento del cuerpo - especie de vana actitud de resistencia - que en el ligero crispamiento de su rostro. La ausencia de ambos brazos afecta en este caso el equilibrio formal de la figura de Jesucristo, que luce desproporcionada.
El crucifijo que se emplaza acostado sobre el monumento donde yace Felipe Chacón, fallecido en 1944, destaca fundamentalmente por su singularidad. Está compuesto por una cruz moldeada en granito artificial y por un Cristo en mármol, el cual pareciera haber sido elaborado según el modelo de la eboraria hispano filipina (siglos XVI-XVII), mediante el cual se representaba al Cristo con rasgos orientales: ojos achinados, párpados gruesos, naríz achatada y pies rechonchos (Ruiz Gutiérrez, 2005). Sin obviar la calidad de su factura, esta obra, de solo 0.80 m. x 0.40 m., tiene carácter único en La Primavera, y en tal sentido posee valor excepcional. Dicha imagen se encuentra actualmente fracturada a la altura de sus pies y en su brazo izquierdo, cuyos fragmentos sueltos aún se conservan.
Otras tres obras con este motivo han sido seleccionadas como objeto de comentario, las tres de creación popular. La primera de ellas (0.74 m. x 0.50 m. x 0.08 m.) pudiera ser de autor y forma parte de la tumba de Wilfredo Abreu (fallecido en 1977) y Teresa Ortega (fallecida en 2009). De carácter minimalista, consiste en una simplificación del motivo crucifijo realizada en herrería artística de soldadura, y en la que la figura del Cristo está esbozada por una simple línea de cabilla y pletina.
La segunda obra, también de autoría anónima, pertenece a la tumba de la familia Hernández Montero (probablemente de 1954, según la fecha del primer enterramiento), y consiste en un mosaico de la figura de Jesucristo, aplicado sobre una cruz moldeada en granito artificial. El trazado elemental de la figura no disipa cierta sensación de simplicidad deliberada, que parece haber sido lograda con inusitada seguridad en la factura, lo cual podría ser producto de manos conocedoras del oficio.
El tercero de este grupo de crucifijos pareciera ser en cambio una obra de taller, de producción en serie y de descuidado montaje. Compuesta por una cruz en granito y una imagen aplicada del Cristo moldeada en cemento, esta obra evoca el arte románico y sus figuras alargadas, cargadas de realismo y gran fuerza expresiva. La atención en el detalle se concentra principalmente en el torso, de marcado costillar, y en la cabeza, de rostro enjuto y abundante cabellera. Difícil intuir, como en los casos anteriores, alguna intencionalidad en el logro de una producción determinada; sin embargo el resultado obtenido no deja de ser interesante entre los numerosos crucifijos convencionales elaborados en talleres de origen popular que pueden encontrarse en este cementerio.
FUENTES CONSULTADAS
Ruiz Gutiérrez, A. (2005). Las
aportaciones artísticas de Filipinas [Documento en línea].
Disponible: http://docs.google.com/viewer?a=v&q=cache:
yIZExo4uTusJ:www.ugr.es/~histarte/investigacion/grupo/proyecto/TEXTO/
ana1.pdf+cristos+filipinos&hl=es&gl=ve&sig=AHIEtbSZPJxtlv9ZX9OoLYS
KPxX_MuGksQ [Consulta: 2009, Diciembre 16]
Ruiz Montejo, I. (1991). El
nacimiento de la iconografía cristiana. Cuadernos
de Arte e Iconografía [Revista en línea], 4(7).
Disponible: http://www.fuesp.com/revistas/pag/cai0701.html [Consulta: 2010, Enero 12]
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